Podrida la manzana de Eva, seco el taparrabos de Adán. Hueca la cuenca
ojo de Odín. Limpia la conciencia del caballo de Troya. Cordura en la
cabeza del Quijote, valentía en los bolsillos de Magallanes, amor en las
parrafadas de Shakespeare, odio en las letras de Bukowsky y niebla en las
pinceladas de Dalí. Cicatrices en el recuerdo del Che Guevara. Sin balas la
recamara de Garibaldi. Humillados los cuerpos inertes de la familia
Mussolini. Olor a cloaca en la boca de Magallanes. Despeinada la certeza
de Juana de Arco. Polvoriento el trotar de Rocinante. Rodrigo Díaz de
Vivar llego a ser leyenda. El ocaso de la historia y la ficción hacen de estos
personajes falsa libertad. Verdadera cuando alguien los lee, los escribe, los
recuerda. Mi nombre estará solo a mano de unos pocos que lo quieran
leer, en el reverso de mi lapida.
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