Un, dos, tres. Resuena el reloj otra vez con su segundero
haciendo malabares con el tiempo. Nunca dejará de actuar, aunque se quede sin
aliento, nunca dejará de actuar y en los dedos maneja el presente, en un visto
y no visto ya es pasado. Un, dos, tres. Resuena el reloj en el eco del silencio
dentro de esta habitación, como si
estuviera castigado cara a la pared atado de pies y manos al vaivén del
segundero. Al ritmo del malabarista, de un lado a otro, viéndole pasar.
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