lunes, 7 de enero de 2013

Don de palabra.



Tiene el don de acariciar las palabras mientras desnuda el pensamiento. Se toca. Se excita. Se masturba y entre los muslos de la poesía escupe sus semillas. Le gusta. Le pone. Es un loco y un demente. Un tipo singular, algo raro. María Soledad siempre su única compañera. Nunca sus manos en plural. Entró en las palabras muy joven. Cerca del prescolar. En la adolescencia un buen chaval, haciendo sus “pinitos” delante del micro. Ninguna de las cabezas allí presentes le entendían, todas sus bocas reían. Fue madurando con música de cuero y pelo largo, entre libros que nadie leía. Libros descatalogados, fuera de las estanterías. Siempre detrás de la palabra. A veces intentaba camelarla pero siempre se encontraba un punto y final. Con los años se fue dando cuenta que todos los estados de ánimo y etapas de la vida se sanaban cuando iba detrás de ella. Intentando enamorarla. Palabra que nunca pide nada a cambio y deja por un rato liberar la mente. Le hace el amor a lapicero y a pluma. Acabará corriéndose entre versos y frases sueltas. A su libre albedrío, en su pensamiento desnudo a cal y canto, mirando fijamente al papel. Ojos en blanco y carita de cordero degollado. Tiene ese don de acariciar la palabra. 

Desde muy pequeño supo que medio mundo se reía de él. 

Ahora que es viejo, es él quien se ríe del mundo entero. 

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